Según su gravedad, la agorafobia puede comportar una enorme limitación de la vida laboral y social, hasta verse el afectado obligado a no abandonar el hogar, o en la absoluta necesidad de salir al exterior acompañado por otro, sin el cual se sentiría perdido. El agorafóbico evita situaciones de las que podría encontrar difícil salir, o donde podría no encontrar ayuda si se produjera un ataque de pánico u otros problemas vergonzantes como vomitar u orinar. Así, desarrolla una ansiedad o miedo enorme en varios contextos, como el uso de medios de transporte, encontrarse en espacios abiertos o cerrados, a estar en fila o en medio de la muchedumbre, o a salir solo de casa.
Ante ataques de pánico continuados, especialmente cuando se repiten con breve intervalo de tiempo, es indispensable la ayuda de un buen profesional, que combine una acertada prescripción de psicofármacos con una psicoterapia que ayude a que el afectado comprenda los mecanismos de la ansiedad, y le enseñe técnicas de comportamiento para afrontarla con éxito. Mientras, si es el caso, te animas a acudir a un psicólogo, es necesario tomar mayor conciencia sobre las circunstancias estresoras que se están atravesando, si existen, y de cómo afectan al propio equilibrio emocional. También es necesario subrayar que el ataque es una situación temporal que sólo dura unos minutos, y que sus síntomas físicos no constituyen una enfermedad, sino vías de descarga de la gran tensión acumulada. Es oportuno también esforzarse por respirar más lenta y profundamente, porque la respiración corta y entrecortada que se activa en el ataque de pánico empeora los síntomas físicos y, a su vez, empeora la ansiedad. Otra recomendación interesante es desviar la atención del propio cuerpo, concentrándose en el ambiente exterior, de forma que se combata la espiral de ansiedad que se alimenta de dejarse llevar por los síntomas físicos.