No existen tratamientos o estudios específicos para luchar contra la agorafobia. No estamos ante una patología que muestre síntomas interesantes para la opinión pública y los medios de comunicación de masas, como si lo son el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) o los trastornos de comportamiento, como aquellas personas que sufren de síndrome de Diógenes o acumuladores extremos, que tienen hasta series de televisión en exclusiva. Tan solo es el miedo a lo inevitable: convivir con el mundo. Es, pues, «simplemente» un problema anexo a la crisis de pánico, una patología crónica, sin tantos síntomas pero de mayor duración entre aquellos que la padecen. Es inhabilitante pero no entraña riesgos. Meramente una manifestación más de la ansiedad aguda. OLVIDADOS. Pero es, sin duda, una patología que hace vivir de forma atípica a aquellos que la sufren en un mundo que vive a una velocidad sin precedentes. La inmediatez se ha convertido en una regla primordial en una sociedad cuyas exigencias cambian de forma punzante, dejándonos sin poder asimilar tantos cambios en tan poco tiempo. Y lo peor: nadie que sufre de ansiedad confía lo suficiente en las terapias como para continuar con ellas a largo plazo. La mayoría de los pacientes que se tratan por agorafobia abandonan antes de cumplir un año y es por tal motivo que nueve de cada diez vuelve a sufrir crisis de pánico. Pero a los medios seguirá sin importarles mucho… ya se sabe: espectáculo, audiencias…