Aunque son muchísimas las personas que creen que la agorafobia es simplemente miedo a los espacios abiertos, estamos ante una enfermedad bastante más compleja. Alguien con agorafobia puede sentir miedo de viajar en transporte público, visitar un centro comercial o dejar su hogar. Sitios y situaciones que detonan sentimientos de pánico, ridículo e indefensión en quien lo padece. El medio ambiente se percibe inseguro y al no haber forma de escapar se provoca un ataque de pánico. Los casos graves viven recluidos y no son capaces de salir de casa. Si un afectado se halla en una situación estresante usualmente experimenta síntomas de un ataque de pánico, como ritmo cardíaco acelerado, hiperventilación, sudor, calores o nauseas. Eventos traumáticos como la pérdida de un ser querido pueden contribuir a que se desencadene esta enfermedad, al igual que ciertos genes. La agorafobia es dos veces más común en las mujeres que en los hombres. Usualmente comienza entre las edades de 18 y 35 años. Es una fobia específica y social, con síntomas similares a otros trastornos. Los agorafóbicos tienen alto riesgo de caer en depresión y en adicciones químicas. La agorafobia te encierra, literalmente. Sientes la comodidad de un espacio familiar donde controlas tu día a día sin ningún tipo de inconvenientes. La mente de una persona que sufre de ansiedad funciona siempre esperando lo peor y el mundo exterior está repleto de complicaciones. Afortunadamente son muchos los que mejoran tan solo hablando sobre sus síntomas con un terapeuta. Para acabar, un truco: si sientes un ataque de pánico puede ayudarte enfocarte en algo muy concreto, visible y que no te parezca amenazante. Debes estar en el momento presente y respirar lenta y profundamente.